jueves, 21 de octubre de 2010

LOS TRES EJES DE LA COMUNICACIÓN Y EL CIUDADANO CAUTIVO

En los últimos años, en lo que respecta al tema minero, se ha suscitado un amplio debate entre posturas a priori irreconciliables. En el medio de ambos nos encontramos los ciudadanos cautivos. Cautivos en primer lugar, de nuestra propia ignorancia sobre temas técnico-científicos que en verdad no podemos abarcar; y, además, y producto de esto mismo, cautivos de la comunicación (que ejercen todos los actores de este conflicto) que, defendiendo su postura, nos dificulta tomar una de un modo racional, ya que no es posible decidir cuál es la verdad.
El problema se puede plantear en una serie de preguntas simples (que constantemente se realizan en nuestra provincia) del tipo: ¿A quién deberíamos creerle? ¿Cómo podemos saber que los medios de comunicación de la provincia ofrecen información fidedigna? ¿Son confiables los dichos del gobierno? ¿Los ambientalistas y opositores, defienden su postura con fundamentos y sin fanatismo?
Tomando como disparadores estos cuestionamientos, el presente trabajo tiene como premisa indagar y problematizar el tema minero desde el ciudadano común, aquél que no tiene conocimientos en estos temas y que experimenta un sentimiento de desarraigo al no poder comprender cuál es la verdad.
Este sentimiento (que no sólo se da en el tema minero) muestra a las claras la falencia de la comunicación llevada a cabo hasta el momento. O, quizás, al llegar al final de la indagación, se pueda ver que hemos tocado un límite que la misma presenta en determinados temas, mostrándonos así la necesidad de repensar conceptos hasta ahora incorporados. Tal vez nos encontremos con que el tema minero es en verdad un paradigma que muestra que la comunicación, en determinadas áreas, se ha tornado ineficaz para alcanzar los fines que propugna.
Es así como en las próximas semanas analizaré las modernas formas de acceso y participación que las nuevas tecnologías nos han suministrado. Luego, intentaré comprender cómo actúan los tres ejes principales de la comunicación (esto es, medios masivos, el Estado en su rol de comunicador y los grupos de presión ) en general. Por último, vistos estos temas, que no son en sí el objeto de este escrito pero que resulta imperativo estudiarlos, trataré, al final, de problematizar a la luz de la comunicación llevada a cabo por los tres ejes principales, el tema minero en la provincia de San Juan.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Informar no es comunicar

Alfonso Gumucio-Dagron reinstala el debate acerca de la diferencia entre el periodista que produce mensajes y el comunicador que piensa en procesos estratégicos. Y aporta sobre los procesos de formación en la materia.



Por Alfonso Gumucio-Dagron *

Los medios de comunicación masiva no existen, son una mentira. Ya lo escribió Antonio Pasquali en 1963 y más recientemente lo han repetido hasta el cansancio Dominique Wolton (1) y Eduardo Vizer, entre otros. Pero por algún motivo, en la jerga común seguimos hablando de “medios de comunicación” en lugar de usar las palabras que se ajustan más a su naturaleza real: medios de difusión o medios de información (aunque algunos dirán que desinforman, en lugar de informar).

Casi cincuenta años atrás Pasquali manifestaba su “repugnancia” frente al uso equivocado de los términos: “La expresión medio de comunicación de masas (mass-communication) contiene una flagrante contradicción en los términos y debería proscribirse. O estamos en presencia de medios empleados para la comunicación, y entonces el polo receptor nunca es una ‘masa’, o estamos en presencia de los mismos medios empleados para la información, y en este caso resulta hasta redundante especificar que son ‘de masas’”(2).

La frecuente confusión entre información y comunicación contamina todos los ámbitos, y entre ellos la academia, donde los periodistas pasaron de la noche a la mañana a llamarse “comunicadores sociales”. Sin embargo, el contenido de las carreras de comunicación no ha variado sustancialmente de lo que fueron hace cinco décadas. Sólo el nombre cambió, para incluir la publicidad, las relaciones públicas o la llamada “comunicación organizacional”, pero los contenidos siguen anclados en el servicio a los medios (prensa, radio, cine, televisión), ignorando por lo general los procesos de comunicación.

En la medida en que no se establece la distinción entre periodistas y comunicadores, tampoco se ve la diferencia entre mensajes (información) y procesos (comunicación). La confusión es generalizada no solamente entre el común de los ciudadanos, sino también entre los especialistas del tema, a quienes habría que recordarles el origen etimológico de la palabra comunicación (communio), asociada a “compartir”, “poner en común” y “participar”. La comunicación no tiene un solo polo generador de sentidos, sino múltiples. Muy diferente es el periodismo porque in-forma verticalmente, es decir dictamina y da forma (¿a aquello que es “informe”?).

Cuando hace años hice un recorrido de las maestrías y posgrados con énfasis en la comunicación como proceso, quedé sorprendido de encontrar que había menos de 25 universidades en todo el mundo donde se formaban comunicadores con una visión estratégica del desarrollo y el cambio social. Todas las demás maestrías estaban dirigidas hacia los medios o las empresas, y algunas a retroalimentar el campo académico de las ciencias de la comunicación. En otras palabras, las universidades producen masivamente periodistas, cerca de 50 mil cada año, pero solamente un puñado de especialistas de la comunicación.

Hay quienes no ven aún con claridad los rasgos que distinguen a un periodista de un comunicador. Sin embargo es tan simple como transitar por una calle en un solo sentido y por otra en dos sentidos.

Como periodista en ejercicio desde hace cuatro décadas actúo sobre la realidad inmediata y expreso mi pensamiento sin necesidad de consultar con nadie; hasta mi artículo más “neutro” es una toma de posición personal. El oficio del periodismo nos hace productores de mensajes escritos o audiovisuales y nos mantiene atados a los instrumentos.

Como comunicador asumo un papel diferente, el de un facilitador de procesos de comunicación participativa y horizontal, en los que aporto con mis conocimientos y técnicas en favor de decisiones y acciones colectivas, y los pongo en diálogo con otros conocimientos y experiencias. El comunicador piensa en procesos estratégicos, no en mensajes inmediatos.

Eduardo Vizer nos dice que históricamente hay una visión “informacional” de la comunicación, de carácter eminentemente funcional y pragmático, a la que se le opone una visión de carácter crítico y “humanista”: “Para los teóricos de la información de mediados del siglo XX, preocupados por lograr la correspondencia precisa entre información y realidad objetiva, la información representaba entonces una estructura “económica, eficaz y eficiente” de organización de datos, la representación de un objeto, un hecho o una realidad prácticamente física y exterior, representada fielmente en signos codificados y transmisibles. En cambio, la noción de comunicación es mucho más amplia, rica e indefinida, asociada con la construcción de la socialidad, los vínculos, la expresión cultural y subjetiva”(3).

Las palabras sirven a veces para confundir... No cuesta mucho usarlas con propiedad. No soy amigo de las definiciones de hierro, inamovibles y elaboradas con bisturí, pero sí de una comprensión semántica que nos aproxime a la verdadera naturaleza de las palabras que usamos.

1) Wolton, Dominique: (2009) Informer n’est pas communiquer, París, CNRS.

2) Pasquali, Antonio: (1963) Comunicación y Cultura de Masas, Caracas, Monte Avila Editores.

3) “Dimensiones de la comunicación y de la información: la doble faz de la realidad social”, en Signo & Pensamiento 55, pp. 234-246; volumen XXVIII, julio-diciembre 2009.

* Comunicador, especialista en comunicación y desarrollo.