Hugo Vinzio Maggio
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Tres ejes de la comunicación y el ciudadano cautivo - Primera Parte
Primera parte
1. Acceso y participación en los nuevos modos de comunicación
El siglo XXI ha presentado una situación casi desconocida anteriormente. El desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) ha facilitado al ciudadano el acceso a información antes ignorada. Aún más, éste cuenta, desde no hace mucho tiempo, no sólo con el acceso, sino además con la posibilidad de convertirse en productor de contenidos.
Debido tal vez a la falta de credibilidad en los medios masivos por una parte de la población, es que el ciudadano recurre a las TICs, convirtiéndose así, en palabras de Ignacio Ramonett, “en un medio planetario”. Es decir, el ciudadano ha devenido también en periodista ante la facultad que él mismo posee de, no sólo recibir noticias, sino también brindarlas mediante diferentes soportes, haciendo así operativo el derecho a informar que se le reconoce a todo ciudadano. Esto genera un discurso alternativo, en contraataque con las grandes cadenas.
Todo esto provocó en la sociedad un mayor interés en ser productor de la información que en consumidor. El auge de sitios web como Youtube, Twitter, Facebook, Blogspot, etc., no hace más que demostrar la necesidad de ser leídos, escuchados y vistos, construyendo así un verdadero Aleph de datos.
Análisis aparte merece la sensación imperante en nuestra época de enemistad de la población frente a los medios masivos de comunicación. Quizás sea ésta una razón más para que la ciudadanía prefiera abocarse a las TICs, dejando de lado los medios tradicionales.
Eso, lógicamente, produce connotaciones positivas y negativas. Entre las primeras encontramos la rapidez con que el ciudadano puede expresarse e informarse a través de los medios antes citados, sin dejar de lado los tradicionales. Por ejemplo mediante cartas al lector o salidas al aire en TV o radio, siendo éste último medio el de más fácil acceso a través de sms, o llamados telefónicos.
En oposición a ésto, se ha ido produciendo, aunque suene paradójico, una creciente desinformación. Ésta se produce, no ya por la ausencia de medios, sino por el exceso de oferta no calificada de los mismos que torna dificultoso aseverar como ciertos determinados datos e información.
Del mismo modo, este exceso de información genera indiferencia en el ciudadano, ya que, de cierta manera, lo agobia, promoviendo así, la negativa a tomar una postura.
A su vez, a este problema, se le suma la falta de criterio de los receptores para valorar como fidedignos los contenidos a los que tiene acceso. Es que, generalmente, la información que recibe el ciudadano es aceptada o no, dependiendo, no tanto del contenido, sino más bien del emisor.
Los sanjuaninos consideran como medios creíbles a los principales canales de televisión y sus respectivos periódicos y radios. Esta situación fue provocada, desde un principio, por la tendencia monopólica que plantea la Ley de Radiodifusión 22.285, la cual excluye la posibilidad que el sector social pueda ser licenciatario.
Reforzando lo que venimos diciendo, si se analiza el origen de la información, vemos que, a excepción de ser testigos directos de un acontecimiento, ésta es el eco de lo que antes se reprodujo a través de Los medios masivos de comunicación, el Gobierno y los Grupos de presión, es decir son estos tres ejes, en última instancia y en muchos casos, los verdaderos productores de contenidos.
La capacidad de decidir es una capacidad política y ética, que no tecnológica. La política debe estructurar el ámbito común en que el hombre ha de entenderse y cooperar con los demás buscando las maneras más oportunas de garantizar el bien social. Se deben analizar alternativas, decidir, aceptar y enfrentar las posibilidades y responsabilidades de la acción. Por lo tanto se debe identificar el sentido y la función de la tecnología: la sociedad de la información debe estar al servicio de la humanidad y las TICs tienen que atender al bienestar humano. La tecnología involucra humanidad, en tanto que tiene su origen y debe tener como fin al hombre. Considero que esta visión "humanista” (el hombre como origen y fin) es la que debe guiar la búsqueda de las maneras más oportunas de garantizar el bien social, ya que el problema no es tecnológico, sino de voluntad política.
jueves, 21 de octubre de 2010
LOS TRES EJES DE LA COMUNICACIÓN Y EL CIUDADANO CAUTIVO
El problema se puede plantear en una serie de preguntas simples (que constantemente se realizan en nuestra provincia) del tipo: ¿A quién deberíamos creerle? ¿Cómo podemos saber que los medios de comunicación de la provincia ofrecen información fidedigna? ¿Son confiables los dichos del gobierno? ¿Los ambientalistas y opositores, defienden su postura con fundamentos y sin fanatismo?
Tomando como disparadores estos cuestionamientos, el presente trabajo tiene como premisa indagar y problematizar el tema minero desde el ciudadano común, aquél que no tiene conocimientos en estos temas y que experimenta un sentimiento de desarraigo al no poder comprender cuál es la verdad.
Este sentimiento (que no sólo se da en el tema minero) muestra a las claras la falencia de la comunicación llevada a cabo hasta el momento. O, quizás, al llegar al final de la indagación, se pueda ver que hemos tocado un límite que la misma presenta en determinados temas, mostrándonos así la necesidad de repensar conceptos hasta ahora incorporados. Tal vez nos encontremos con que el tema minero es en verdad un paradigma que muestra que la comunicación, en determinadas áreas, se ha tornado ineficaz para alcanzar los fines que propugna.
Es así como en las próximas semanas analizaré las modernas formas de acceso y participación que las nuevas tecnologías nos han suministrado. Luego, intentaré comprender cómo actúan los tres ejes principales de la comunicación (esto es, medios masivos, el Estado en su rol de comunicador y los grupos de presión ) en general. Por último, vistos estos temas, que no son en sí el objeto de este escrito pero que resulta imperativo estudiarlos, trataré, al final, de problematizar a la luz de la comunicación llevada a cabo por los tres ejes principales, el tema minero en la provincia de San Juan.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Informar no es comunicar
Alfonso Gumucio-Dagron reinstala el debate acerca de la diferencia entre el periodista que produce mensajes y el comunicador que piensa en procesos estratégicos. Y aporta sobre los procesos de formación en la materia.
Los medios de comunicación masiva no existen, son una mentira. Ya lo escribió Antonio Pasquali en 1963 y más recientemente lo han repetido hasta el cansancio Dominique Wolton (1) y Eduardo Vizer, entre otros. Pero por algún motivo, en la jerga común seguimos hablando de “medios de comunicación” en lugar de usar las palabras que se ajustan más a su naturaleza real: medios de difusión o medios de información (aunque algunos dirán que desinforman, en lugar de informar).
Casi cincuenta años atrás Pasquali manifestaba su “repugnancia” frente al uso equivocado de los términos: “La expresión medio de comunicación de masas (mass-communication) contiene una flagrante contradicción en los términos y debería proscribirse. O estamos en presencia de medios empleados para la comunicación, y entonces el polo receptor nunca es una ‘masa’, o estamos en presencia de los mismos medios empleados para la información, y en este caso resulta hasta redundante especificar que son ‘de masas’”(2).
La frecuente confusión entre información y comunicación contamina todos los ámbitos, y entre ellos la academia, donde los periodistas pasaron de la noche a la mañana a llamarse “comunicadores sociales”. Sin embargo, el contenido de las carreras de comunicación no ha variado sustancialmente de lo que fueron hace cinco décadas. Sólo el nombre cambió, para incluir la publicidad, las relaciones públicas o la llamada “comunicación organizacional”, pero los contenidos siguen anclados en el servicio a los medios (prensa, radio, cine, televisión), ignorando por lo general los procesos de comunicación.
En la medida en que no se establece la distinción entre periodistas y comunicadores, tampoco se ve la diferencia entre mensajes (información) y procesos (comunicación). La confusión es generalizada no solamente entre el común de los ciudadanos, sino también entre los especialistas del tema, a quienes habría que recordarles el origen etimológico de la palabra comunicación (communio), asociada a “compartir”, “poner en común” y “participar”. La comunicación no tiene un solo polo generador de sentidos, sino múltiples. Muy diferente es el periodismo porque in-forma verticalmente, es decir dictamina y da forma (¿a aquello que es “informe”?).
Cuando hace años hice un recorrido de las maestrías y posgrados con énfasis en la comunicación como proceso, quedé sorprendido de encontrar que había menos de 25 universidades en todo el mundo donde se formaban comunicadores con una visión estratégica del desarrollo y el cambio social. Todas las demás maestrías estaban dirigidas hacia los medios o las empresas, y algunas a retroalimentar el campo académico de las ciencias de la comunicación. En otras palabras, las universidades producen masivamente periodistas, cerca de 50 mil cada año, pero solamente un puñado de especialistas de la comunicación.
Hay quienes no ven aún con claridad los rasgos que distinguen a un periodista de un comunicador. Sin embargo es tan simple como transitar por una calle en un solo sentido y por otra en dos sentidos.
Como periodista en ejercicio desde hace cuatro décadas actúo sobre la realidad inmediata y expreso mi pensamiento sin necesidad de consultar con nadie; hasta mi artículo más “neutro” es una toma de posición personal. El oficio del periodismo nos hace productores de mensajes escritos o audiovisuales y nos mantiene atados a los instrumentos.
Como comunicador asumo un papel diferente, el de un facilitador de procesos de comunicación participativa y horizontal, en los que aporto con mis conocimientos y técnicas en favor de decisiones y acciones colectivas, y los pongo en diálogo con otros conocimientos y experiencias. El comunicador piensa en procesos estratégicos, no en mensajes inmediatos.
Eduardo Vizer nos dice que históricamente hay una visión “informacional” de la comunicación, de carácter eminentemente funcional y pragmático, a la que se le opone una visión de carácter crítico y “humanista”: “Para los teóricos de la información de mediados del siglo XX, preocupados por lograr la correspondencia precisa entre información y realidad objetiva, la información representaba entonces una estructura “económica, eficaz y eficiente” de organización de datos, la representación de un objeto, un hecho o una realidad prácticamente física y exterior, representada fielmente en signos codificados y transmisibles. En cambio, la noción de comunicación es mucho más amplia, rica e indefinida, asociada con la construcción de la socialidad, los vínculos, la expresión cultural y subjetiva”(3).
Las palabras sirven a veces para confundir... No cuesta mucho usarlas con propiedad. No soy amigo de las definiciones de hierro, inamovibles y elaboradas con bisturí, pero sí de una comprensión semántica que nos aproxime a la verdadera naturaleza de las palabras que usamos.
1) Wolton, Dominique: (2009) Informer n’est pas communiquer, París, CNRS.
2) Pasquali, Antonio: (1963) Comunicación y Cultura de Masas, Caracas, Monte Avila Editores.
3) “Dimensiones de la comunicación y de la información: la doble faz de la realidad social”, en Signo & Pensamiento 55, pp. 234-246; volumen XXVIII, julio-diciembre 2009.
* Comunicador, especialista en comunicación y desarrollo.
lunes, 26 de julio de 2010
viernes, 23 de julio de 2010
Están...
los que llevan amuletos;
los que imploran mirando al cielo; los que creen en supersticiones.
Y están los que siguen corriendo
cuando les tiemblan las piernas;
los que siguen jugando cuando se acaba el aire;
lo que siguen luchando cuando todo parece perdido,
como si cada vez fuera la última vez,
convencidos de que la vida misma es un desafío.
Sufren, pero no se quejan, porque saben que:
el dolor pasa, el sudor se seca, el cansancio se termina.
Pero hay algo que nunca desaparecerá:
la satisfacción de haberlo logrado.
En sus cuerpos hay la misma cantidad de músculos;
en sus venas corre la misma sangre.
Lo que los hace diferentes, es su espíritu,
la determinación de alcanzar la cima,
una cima a la que no se llega superando a los demás,
sino superándose a uno mismo.
Pete Sampras
martes, 6 de julio de 2010
El rol del Comunicador Social
Con todo esto, estoy haciendo alusión a que, por ejemplo, pensamos si queremos escribir en un diario, participar de algún programa de radio o televisión, en menor medida y lamentablemente, nos planteamos la posibilidad de dedicarnos a la comunicación institucional. Y digo lamentablemente, porque una de las grandes falencias de la licenciatura en Comunicación Social de la UNSJ es que los alumnos creen, hasta cuarto o quinto año, que sólo pueden hacer periodismo. Toda esta futurología la llevamos a cabo sin interrogarnos cómo y de qué manera haremos alguna o varias de esas tareas.
Cabe mencionar también que, actualmente y desde mucho tiempo a esta parte, en las políticas implementadas en nuestro país en materia académica, universitaria y a nivel macro educativa, se ha puesto muchísimo esfuerzo en otras carreras que, precisamente, no están relacionadas con tener una posición crítica con, para y por la sociedad. Esto quiere decir que se invierte mucho dinero en carreras técnicas y se deja de lado, no en su totalidad pero las posibilidades son muy desiguales, a las humanísticas. Tampoco es bueno generalizar y es cierto también que existen muchos ingenieros, contadores, físicos y astrónomos, por nombrar a algunos, que se ocupan y preocupan por la pobreza, el analfabetismo, la distribución desigual de las riquezas, la corrupción y muchos otros temas que hacen al futuro de nuestro país. Tampoco es verdad que las personas encargadas de los destinos de la Argentina sólo se dediquen a efectivizar las obras públicas y que no se invierta en otras cuestiones.
Pero, una de las preguntas que me hago y que creo poder contestar en estas páginas, es ¿por qué las instituciones no están dirigidas, mayoritariamente, por sociólogos, trabajadores sociales, filósofos, artistas, comunicadores?
Haciendo un breve repaso de la historia reciente de la Argentina, me encuentro con que Chacho Álvarez, ex vicepresidente de la Nación y que compartió fórmula con Fernando de la Rúa, renunció al poco tiempo de haberse hecho cargo del gobierno nacional. No es un dato menor porque Álvarez es sociólogo. Entonces, a la luz de los acontecimientos, ¿no sería mejor destinar grandes cifras de dinero a fomentar otras áreas que no cuentan con el apoyo suficiente en la actualidad, y que servirían para atacar problemas muy profundos y que quizás son más importantes que la construcción de un Centro Cívico o la parquización de una circunvalación? Una posible respuesta es que políticamente, por votos y tiempo, es más rápido y efectivo hacer un dique antes que iniciar un proceso de alfabetización y de educación profundo, ya que éste insumiría muchos años de gestación y puesta en práctica. Además, un proceso de alfabetización no es tan visible y requiere más tiempo que un estadio de fútbol.
Por otro lado, hago hincapié en que sería bueno que hombres y mujeres que han dedicado toda su vida al estudio del comportamiento social de los seres humanos y a la interacción de éstos en todos los ámbitos de la vida, ocupen cargos significativos y de toma de decisiones.
Escapando un poco de la cuestión obra pública, considero que es menester aclarar que el apoyo a las carreras técnicas es muy importante para el desarrollo de cualquier país; sería muy necio de mi parte no reconocer los progresos que trae, pero se ha transformado en una obsesión de sucesivos gobiernos y tomado desde una perspectiva totalmente diferente, también mía. A pesar de eso, creo haber encontrado otra respuesta al por qué es conveniente tener más profesionales de las ciencias duras que de las blandas en el seno de la población. Desde este párrafo ya empiezo a centrarme de manera un poco más específica en el rol del comunicador social que, podrán darse cuenta, no ha dejado de estar presente en las líneas anteriores debido a que si es importante una persona que se ocupa de la ciencia que estudia la estructura y la función de las relaciones sociales, costumbres e instituciones en diferentes grupos, y el proceso por el cual ellas cambian, también lo es aquél profesional que se encarga de la comunicación.
El comunicador en la sociedad
“El cambio real no lo puede hacer sólo el gobierno por su cuenta, sino cuando todos empujan para el mismo lado, se unen y trabajan juntos, cuando ejercemos nuestras responsabilidades para con nosotros, nuestras familias, nuestras comunidades y con los otros. Quiero ayudar a construir una sociedad más responsable aquí en Gran Bretaña, en la que no nos preguntemos sólo ¿cuáles son mis derechos?, sino ¿cuáles son mis responsabilidades? Una sociedad en la que no nos preguntemos sólo ¿qué me deben?, sino ¿qué puedo ofrecer?”.
Esta es una parte del discurso del flamante nuevo Primer Ministro Británico, David Cameron. Tomé un breve párrafo de su alocución luego de reemplazar a Gordon Brown porque considero que es sintetizador de lo que pienso. Defenderé mi postura desde el punto de vista del comunicador pero, sin lugar a dudas, las líneas escritas anteriormente caben para cualquier profesión. De hecho, todos los abogados, médicos, contadores, ingenieros, periodistas, empresarios, etcétera, deberían desempeñarse con responsabilidad, de manera moralmente correcta, tener principios y valores intachables al momento de ejercer su tarea.
Ahora bien, situándome en el lugar del comunicador, sin esos parámetros, es imposible, o mejor dicho, me resulta inviable desempeñar mi profesión. Necesitamos gente que piense en el otro, en qué se puede hacer para que mi acción le resulte positiva al prójimo. Entre todos, y sobre todo, debemos ayudar a construir una sociedad más responsable, justa y equitativa. En ese contexto, el rol del comunicador social es preponderante porque, en una sociedad, o mejor dicho, en un mundo en el que todo es comunicación, si eso falla, las demás tareas de distintos órdenes, no pueden realizarse de una manera pura y humana. No sólo desempeñándose erróneamente en la comunicación se puede hacer daño, sino también intencionalmente muchas personas se desenvuelven, comunicacionalmente hablando, con fines pura y exclusivamente maléficos y destructores. Por lo tanto, si la comunicación es de vital importancia, me parece que el rol del comunicador, por acción de causa-efecto, también lo es.
En el ojo de la tormenta
Se viven momentos en nuestro país en el que el periodismo está en el ojo de la tormenta. Por estos motivos, es que se hace mucho más sensible todavía plasmar algunas ideas en estos papeles, pero indudablemente es de suma importancia poder decir lo que no se escucha y escribir, lo que no se lee. Por motivos económicos y sobre todo de poder, el periodista, comunicador por excelencia y que hace las veces de mediador entre el estado y la sociedad, se encuentra expuesto a diferentes pujas. Frente a ese panorama, trabajemos en un gran diario, canal o en una pequeña radio de nuestro barrio, llegamos de manera masiva a diferentes personas y eso nos tiene que dotar de una gran responsabilidad.
Muchos periodistas o, en otras palabras, muchos dueños de medios de comunicación no prestan atención a ese detalle, porque sí lo conocen, sólo que hacen “oídos sordos” ya que económicamente se ven favorecidos y es muy rentable hacerse los distraídos. Los inconvenientes que puede provocar un “profesional” del periodismo irresponsable y que no conozca diversos temas en profundidad, son incalculables. Todo esto tiene una explicación y en muchos casos el trabajador de la prensa es responsable de causar, por ejemplo, choques a la niñez publicando una foto en la tapa de un diario. Pero en la gran mayoría, son rehenes de la puja de intereses económicos y políticos antes citada. Esto no es un dato menor ya que en la tarea del periodista ese marco que en muchos casos es muy peligroso, tiene que hacerlo más reflexivo y responsable para con los lectores, oyentes o televidentes.
Con esta realidad que nos rodea, perversa por cierto, en la que somos el blanco de muchas críticas, si no tenemos valores sustanciosos que nos hagan ser inmunes a ciertos estereotipos de mercenarios, es muy difícil tener la conciencia tranquila que, en definitiva, es a lo que todos los hombres y mujeres de bien aspiramos.
La comunicación desde otra mirada
En esta parte del texto pretendo situarme desde el punto de vista de la comunicación institucional. Lógicamente no deja de rozar al rol del comunicador como ser humano, y mucho menos, a este como líder de opinión y persona influyente en la sociedad. Actualmente, la visión de dirigentes de diferentes instituciones y empresas, es a corto plazo. No se invierte en el personal y con esto quiero decir que, por citar sólo un ejemplo, no capacitan a las personas que tienen a cargo o, dicho en pocas palabras, no destinan parte de sus recursos para dar conocimiento. La pregunta que cabe hacerse es, ¿qué provoca esa falta de inversión y, por ende, falencia en la comunicación interna? La primera respuesta que puedo encontrar a esta simple pregunta es que, la falta de perfeccionamiento al que se encuentran expuestos muchos integrantes de empresas e instituciones, hace que no se sientan parte de esa organización. A simple vista parecería poco trascendente plantearlo de esa manera, y hasta podríamos decir que una situación de esa naturaleza no generaría grandes problemas en el funcionamiento general de la institución y, partiendo de esa base, mucho menos en el seno de la población.
La pertenencia se construye cuando se adhiere a una identidad. Por eso, si como empleados no nos sentimos identificados con el lugar en el que nos desempeñamos, no nos vamos a sentir parte. Tiene sus efectos colaterales en la sociedad, porque el hombre es como es por su relación con los demás. Interactúa con sus semejantes y esa insatisfacción a la que no es inmune en su ámbito laboral, la traslada luego al seno familiar y a la relación con los amigos. Cité sólo el ejemplo de la falta de capacitación, que genera en un empleado la posibilidad de pensar que la institución de la que forma parte se preocupa por él, dándole conocimiento para apostar a su capacidad y contar con su trabajo y desempeño por mucho tiempo más.
Podrían mencionarse más situaciones, aunque no es el objetivo de este ensayo. ¿Cuál es el rol del comunicador en este aspecto? Fundamental, por supuesto. Los efectos concatenados son los que ya plantee, por ello nosotros tenemos la obligación en un futuro de hacernos cargos de esos puestos que, a la larga, producen descalabros en la ciudadanía.
La tarea del comunicador social es de suma importancia, porque comunicándonos socializamos, formamos memoria, aprendemos, nos integramos y compartimos códigos comunes. “La pérdida del arraigo del hombre de hoy no viene simplemente causada por las circunstancias externas y el destino, ni tampoco reside sólo en la negligencia y la superficialidad del modo de vida. La pérdida de arraigo procede del espíritu de la época en la que a todos nos ha tocado nacer”, señala Martín Heidegger. A la pregunta ¿cómo me veo en un futuro? Luchando contra lo que dice Heidegger. La comunicación es la mejor herramienta para combatir eso. Por la falta de la interrelación es que nos encontramos desarraigados, no nos sentimos identificados (como el ejemplo de las instituciones). Mediante estas palabras del filósofo, queda más que claro que lo que se provoca en una organización también repercute en los demás.
Me gustaría culminar este escrito respondiendo otra pregunta, para que cada uno, en el lugar que le corresponda y se sienta involucrado, pueda proyectarse de manera sincera y sin perder de vista los valores que traemos, palabra en la que insisto. ¿Qué hacer frente al panorama del desarraigo y la falta de identidad, acrecentado por las tecnologías y la vertiginosidad en la cual vivimos? Echar mano de la nostalgia no parece constructivo. Decir que lo pasado fue mejor, lo único que hace es conducirnos a un pesimismo que impide comprender por qué vivimos en la cultura de lo vertiginoso y esto se debe a que no miramos para adelante, o mejor dicho, actuamos a una velocidad que nos obliga a no detenernos y recapacitar acerca de lo que vivimos. Lo que sí podemos hacer es tomar nota del espíritu de la época para saber cuáles son las nuevas formas de vivir y de narrar lo que se experimenta dentro de una empresa y de una forma aun más superior en la sociedad, las maneras de estar y de sentirnos juntos, de socializar y por ende, de comunicarnos y expresarnos.